Todo lo que hay que saber sobre el mundo de los accesorios

Tal vez no nos demos cuenta, pero desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nuestra vida está llena de pequeños objetos que nos hacen la vida más fácil. Y no me refiero a los últimos inventos tecnológicos o a los más modernos tips técnicos, sino a cosas tan simples como un cepillo de dientes, un peine o la cuchara con la que removemos el café antes de tomarlo (y si me apuras, el palillo con el que hemos sustituido a esa cuchara).

Es difícil decir cuándo el hombre decidió que necesitaba esta clase de objeto para su día a día. Quizá fue en la prehistoria, con el invento del cuchillo, las flechas o un rudimentario cinturón que sujetara las pieles a su cuerpo; pero lo que sí se puede decir es que ha pasado de ser un asunto meramente práctico, a convertirse a todo un derroche de lujo y comodidad. Cualquier accesorio que se haya inventado hace siglos ha experimentado cambios no sólo para hacerlo más útil, sino también más vistoso, duradero y por supuesto para dar caché, como se suele decir.

Por eso, cabría decirse si la gran cantidad de accesorios que se inventan cada día y a los que estamos acostumbrados hasta el punto de tener verdadera dependencia de ellos, son realmente tan imprescindible, o incluso podría pensarse si son útiles. Pensamos que sí, que nuestra vida mejora con ellos, o que si la gran mayoría de la gente los tiene debe ser por algo, pero ¿ciertamente influyen en nuestra vida al punto de mejorarla? ¿Nos hemos puesto a pensar que en verdad no la mejoran tanto, aunque nos causan un verdadero destrozo cuando nos faltan, a causa de tanta dependencia?

Pero en fin, dilemas aparte, me ha parecido interesante echar un vistazo a la historia de los accesorios, saber cuándo, dónde y quién los ideó. ¿Realmente eran mentes privilegiadas, o gente necesitada que tuvo que echar mano de su ingenio para intentar hacerse la vida un poco más fácil? Bueno, no podemos saberlo a estas alturas, aunque algunos de ellos sean objeto de nuestro más profundo agradecimiento por sus inventos, y ni siquiera en eso  nos podamos poner de acuerdo. Porque lo que para mí puede ser una cosa extraordinaria, para otra persona puede ser una tontería y considerar otro objeto lo más de lo más; por desgracia, los humanos no somos muy dados en ponernos de acuerdo en nada.